"Mientras hablaba así, logró Apolo acortar la distancia que les separaba; pero Dafne de nuevo huyó ligera... con hermosura acrecentada. Sus vestidos semicaídos... Sus cabellos dorados y flotantes... Divina,sí. Debió pensar Apolo que más le valían en aquella ocasión los pies ligeros que las melodiosas palabras... Y arreció en su carrera
Y fue aquello como una liebre perseguida por un galgo en campo raso, espectacular y definitivo. ¿La alcanzaba? ¿no la alcanzaba?... Ya los varoniles dedos rozan las prendas femeninas...!¡
Llegó Dafne a las riberas del Peneo, su padre, y le dijo así desconsolada: "Padre mío! si es verdad que tus aguas tienen el privilegio de la divinidad, ven en mi auxilio... o tú tierra, ¡trágame!..., porque ya veo cuán funesta es mi hermosura".
Apenas terminó su ruego, fue acometida por un espasmo. Su cuerpo se cubre de corteza. Sus pies, hechos raíces, se ahondan en el suelo. Sus brazos y sus cabellos son ramas cubiertas de hojarasca. Y sin embargo, ¿qué bello aquel árbol!. A él se abraza Apolo y casi lo siente palpitar. Las movidas ramas, rozándole, pueden ser caricias.
"Pues que ya _sollozó_ no puedes ser mi mujer, serás mi árbol predilecto, laurel, ¡Hojas de laurel! Los capitanes romanos triunfantes, subidos al Capitolio, ostentarán coronas arrancadas de ti. Tú cubrirás los pórticos en el palacio de los emperadores; y así como mis cabellos permanecen sin encanecer nunca, así tus hojas jamás dejarán de aparecer verdes".