(...)El verdadero corazón de Venecia no está en sus plazas, ni en
el arco del puente Rialto, sino en este “bacino
di San Marco” , que es su puerto, amplia
capa de agua que se agita al menor viento, hace bambolearse la góndolas
amarradas a sus estacas y deja pasar el vaporetto familiar, empeñado en hacer
de lanzadera de muelle en muelle, o los barcos de largas travesías, en ruta
hacia países lejanos, navíos a veces
completamente blancos, que, silenciosos sobre el agua uniforme, parecen hechos
de papel, irreales.
En cualquier caso, es ahí, al borde del mar, donde,
perezosamente, hay que contemplar Venecia por primera vez.
Si os gusta Giovanni
Antonio Canal, llamado el Canaletto,
muerto en Venecia el 20 de abril
de 1768, podéis atravesar de nuevo con él la Venecia de los días de fiesta,
bella como un decorado de teatro, pero también
la Venecia de los paseantes conversando en las plazas y mercados. En rigor, podéis salir a la búsqueda de su casa, en la Salizzada San Lio, cerca de Santa María Formosa.
En Venecia, el pasado forma parte naturalmente del presente. Si vuestra imaginación se complace con estas reminiscencias, id, en una hora nocturna, a encontrar, o ha creer que encontráis, la casa de Cimarosa, veneciano de adopción, y volved a oir su música que se dice ligera -¿tendría derecho a pesar en Venecia?- o a encontrar la habitación de los tumultuosos amores de Musset y George Sand, -no, pensareis, la historia concluyó de modo muy pobre-. O encontrar el palacio Vendramin, donde Wagner muere a los 79 años de una crisis cardíaca. Pero, ¿no está Wagner a contrapelo de todo lo que amamos en Venecia?. Demasiado ruido, demasiada declamación, demasiado orgullo. Mas vale escuchar las agradables fanfarronadas de Casanova. Miente como respira, pero sin pesadez.
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